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El dibujo de Zoe.

Surcando el cielo, de un color que mezclaba el azul y el algodón en una tercera cosa, el dragón Melón, algo más grande que una zapatilla pequeña, con las diminutas escamas de todos los colores del arco iris menos uno, revisaba una larga lista en un pergamino amarillento y gastado mientras sacaba la lengua de dos puntas entre los puntiagudos dientes.

Llevaba puestas sus Gafas de Leer Letra Pequeña, y aún así  tenía sus problemas para entender la letruja escurrida y apretada de su Revolera Majestad, Pitusa Primera y Única, Reina Indiscutible desde Aquí Hasta Allí y de Todo lo de En Medio. El dragón Melón era del Gremio de Mensajeros, y tenía un encargo de mano de la propia Pitusa, un encargo explicado muy claramente en el pergamino que le había dado, pero el dragón había salido  pitando del palacio sin mirar lo que tenía que hacer, y ahora, que se había dado cuenta de que no tenía ni idea de adónde iba se había parado a mirarlo, mientras reflexionaba que hubiera sido mejor hacerlo al revés.

“Busca una niña” – ponía en el pergamino. Hasta aquí fácil, pensó el dragón Melón, con aire confiado.

“Ni muy grande, ni muy pequeña” —- Vaaaaleeee… – murmuró el dragón entre dientes, empezando a inquietarse.

“Que le guste dibujar. Esto es MUY IMPORTANTE” – Impooortannntee … – dijo el dragón, mientras subrayaba la palabra en el pergamino con un lápiz rojo casi más grande que el, que había sacado de la diminuta mochila a su espalda. Una mochila con el emblema de los mensajeros en dorado, un gorrión con casco llevando un sobre en el pico.

“Su nombre tiene que empezar por Z” – El dragón se quedó parado en el cielo, las alas de mariposa revoloteando como las de un colibrí. – Eso no es tan fácil – dijo el dragón melón, mientras bajaba del cielo hasta un parque donde había unos columpios y unos niños jugando. Se sentó con aire apesadumbrado en un columpio y empezó a repasar su lista –Con Z, con Z …. Zulema … no, no tengo Zulemas … Zenobia … no, tampoco … No sé, no sé, no lo veo, no lo veo…

-Zoe – apuntó la niña que estaba sentada en el columpio de al lado.

El dragón se volvió y la miró por encima de las gafas.

         -¿Puedes verme? – dijo, un poco fastidiado – ¿Por qué puedes verme?. En fin. No necesito ayuda, gracias.

         -¡Vale! – dijo la niña, con una mueca divertida, mientras se balanceaba adelante y atrás, mirando por encima del hombro del pequeño dragón – Mira – dijo, señalando con el dedo un nombre en la larga lista – Zoe. Lo pone ahí.

         El dragón Melón miró donde señalaba el dedo de la niña. Pues era verdad. Bien clarito lo ponía, en letra color mermelada de melocotón sobre el pergamino amarillento.

         -Pues … si – dijo el Dragón, entre dientes – ¡Gracias, supongo! Ahora me voy. ¡Tengo un encargo Muy Importante! – dijo, con una sonrisilla petulante – ¡Un encargo de Pitusa Primera, nada menos! –

         El dragón se quedó esperando un momento, por si la niña quería decir algo, mostrar su asombro y admiración por un dragón tan obviamente magnífico, un dragón de la confianza de la reina Pitusa, conocida desde Aquí hasta Allí y en Todo lo de En Medio.

         Aparentemente, no en ese parque: la niña le miraba con divertido desconcierto, con una ceja cómicamente enarcada en su carica.

         -En fin – dijo el dragón Melón, suspirando – Me voy a buscar a esta Zoe. Es un trabajo duro, pero para eso nos entrenan a los Dragones del Cuerpo de Mensajeros: nada nos detiene, nada nos acobarda, nada nos …

         -Yo soy Zoe – dijo la niña, sonriendo enseñando todos los dientes, mientras extendía la mano para saludar al dragón.

         -Hem – dijo el dragón, confuso – decía que nada no… ¿Eres Zoe? – El dragón la miró de arriba abajo. Dos coletas. La cara sucia de jugar en el parque. El vestido de colores parecía haber pasado por un desguace. Los ojos brillantes. Era una niña, ni muy grande, ni muy pequeña. – ¿Te gusta dibujar? – preguntó el dragón con aire inquisitivo, mirando intensamente por encima de las Gafas de Mirar Intensamente.

         La niña se inclinó hacia al dragón y, después de mirar a ambos lados con aire conspiratorio, dijo:

         -Si –

         El dragón Melón suspiró satisfecho: ¡otra misión más realizada!. Bueno. En realidad era la primera que le daban. Acababa de terminar en la escuela de mensajeros reales, el título de Mensajero (no más grande que un sello de correos) aún tenía húmeda la tinta de la firma de Pitusa.

         ¡Pero no importaba! Era su primera misión, coronada con el éxito en tiempo record. Ahora sólo tenía que Entregar el Mensaje.

         -¡Ejém! – dijo el dragón, adoptando su Tono Oficial, un poco más alto que el normal y arrastrando el final de cada palabra de forma innecesaria. – ¡En nombreee de suuu Majestaaad Pitusaaa, convocamosss a la niña Zoeee a su Augustaaa presenciaaa en el Palacio Realll!.

         Zoe le miró con cara de no entender nada.

         El Dragón le devolvía la mirada, esperando.

         Hasta que Zoe se encogió de hombros y dijo:.

         -Pues me voy a merendar – y se fue. Dejando al dragón Melón muy confundido.

         -¡Oye! – dijo el dragón – ¡Oye! – repitió, saliendo revoloteando detrás de ella.

– Te oigo – dijo Zoe mirando por encima del hombro al dragón revoloteante – ¿Qué es lo que quieres?

-¡Que tienes que venir conmigo a palacio! – dijo el dragón, exasperado.

Zoe se paró y se dio la vuelta con las manos en jarras.

-Mi mama me ha dicho que no vaya a ningún sitio con desconocidos – dijo, mirándole con el ceño fruncido.

El pequeño dragón suspiró. Por lo visto su Heroico Primer Encargo no iba a ser tan fácil como pensaba.

-Mira – empezó el dragón – Yo soy el dragón Melón, del Gremio de Mensajeros Real, y, ¿incluye lo que te ha dicho tu madre, muy bien dicho, por cierto, a las personas y animales imaginarios? ¡Porque yo más imaginario no puedo ser!

Zoe le miró de arriba abajo. Tardó muy poco en hacerlo, no había mucho que mirar. EL dragón era algo más grande que su zapatilla, con escamas de colores y alas que, cuando estaba quieto, se parecían, pero no del todo, a las de una mariposa. Una grande. Y llevaba esa mochila pequeña a la espalda, y esas gafas casi más grandes que su cabeza de lagartija.

A ver, era un dragón, pensaba Zoe. Su papa le había prevenido en general sobre los dragones, imaginarios o no. Eran bichos enormes que escupían fuego y dormían sobre montañas de tesoros y, de vez en cuando, se merendaban a los aventureros que intentaban quitarles el tesoro.

Pero eso era para dragones grandes. ¿Valdría también para los pequeños? Tendría que preguntar.

         -Mira, dragón … ¿Melón? – preguntó Zoe – ¿dragón Melón?, ¿de verdad no se le ocurrió a tus padres nada mejor?

         El dragón Melón entrecerró los ojos irritado.

         -Mi nombre completo es Melonianímedes, el Terror que Acecha Sobre los Tarros de Galletas. Melón para abreviar. Dime, niña, – dijo el dragón, con cierta maldad- ¿Cuál es el diminutivo de Zoe? ¿ein?

         -Veo por dónde vas, lagartija con alas – dijo Zoe, altanera – Mi nombre no necesita acortarse porque no es innecesariamente largo. Mi tío me llama Zohete. Creo que por que soy muy rápida.

         -Hmm – dijo el dragón – Bien. Zohete pues. ¿Me acompañas o que? No es bueno hacer esperar a cualquier Reina. Por cosas menores que esa la Reina Roja te cortaría la cabeza sin pensarlo. Petunia es más de darte una bronca inacabable, y ahora que lo pienso no sé que da más miedo.

         -Te lo digo yo – dijo Zoe seria – Mamá enfadada les gana a las dos. Así que no, me voy a merendar.

         Y allí fue, y el dragón la siguió resignado, aleteando flojito, desanimado. Subieron a casa, y en la cocina estaba mamá mirando el reloj. Zoe pensó “pooor losss pelosss”, en el tono Oficial que usaba el dragón. Mamá sonrió y le dio un beso en alguna parte entre la oreja y la coronilla, y luego le preguntó por el cole y los deberes, mientras Zoe contestaba sacando sus libros y cuadernos.

         A Zoe le dio algo de pena el dragón, que estaba ahí sentado en la mesa de la cocina mirando el libro de mates y le dio un poco de merienda, que el dragón se comió con cierta sospecha al principio. Zoe se fijó en que mamá no veía al dragón. Melón era algo que, de poder verlo, algo comentaría, algo del tipo “eh, mira, un dragón”. Pero no. No dijo nada. Así que no le veía. Normal. Los mayores no se fijan en las cosas pequeñas.

         Mama estaba canturreando mientras ella merendaba y hacía los deberes del cole. El dragón estaba dibujando en el cuaderno de Zoe, se había puesto las Gafas de Colorear sin Salirse del Borde, y en ello andaba, admirablemente, pero se le veía desanimado por no poder completar su Primera Misión como Mensajero.

         A Zoe le daba penita el dragón, así que decidió preguntar a mamá:

         -Mama, ya sé que no debo ir a ningún sitio con desconocidos, ¿pero que pasa si el desconocido es un dragón de colores pequeñito con alas de mariposa que se llama Melón y que quiere que le acompañe a ver a la Reina?

         Mama ladeó la cabeza, como siempre que consideraba una Cuestión Importante, mientras murmuraba “… dragón … pequeñito … Reina … hmmmm….”

         -Bueno, querida – dijo mamá, medio canturreando – en ese caso concreto, y sólo en ese, creo que podríamos hacer una excepción, ¿no te parece, hmmmm?

         -¡Bien! – dijo Melón, poniéndose heroicamente en pie, haciendo la V de Victoria con dos dedicos.

         -Cuando termines los deberes – añadió mamá, con su cara de Ni Una Broma Con Los Deberes.

         El dragón suspiró, y Zoe le miró con cara de Ya Te Dije.

         Cuando por fin acabó los deberes ( Melón  intentó ayudar pero se enredó con una cuenta de las difíciles) , Zoe le dijo a mama:

         -Mama, me voy con el dragón Melón, ¿sí?

         -Vaaaleee – dijo mama – pero no te entretengas mucho, que tienes que estar en la cama pronto.

         -Siiiiii – dijo Zoe, poniendo caras.

         -Y no pongas caras – dijo mamá.

         -Noooo – dijo Zoe, poniendo caras, mientras salía de la cocina a toda prisa.

         Melón sacó un mapa de su mochila de explorador y empezó a mirar a todos lados.

         -Tiene que estar por aquí – murmuraba mirando una pared de la habitación en la que estaban – ¡Ajá! – dijo, mientras basaba la uña por una rendija invisible: una puerta del tamaño de Zoe que no estaba antes se abrió  en la pared, hacia dentro, y detrás del hueco de la puerta, un largo pasillo, de techos altos, con largas ventanas coloreadas a los lados y una alfombra en el suelo de color melocotón. Al final del pasillo, que era largo, largo, largo, una puerta flanqueada por dos armaduras de aspecto pesado.

         Zoe las miró con sospecha: parecían vacías, pero con las armaduras, nunca se sabe.

         -¡Vamos! – dijo Melón, revoloteando por el largo pasillo hacia la puerta del fondo. Zoe le siguió, no muy convencida. Al final, las armaduras estaban vacías. Eso no pareció ser un problema para que la de la izquierda le hiciese un tímido saludo a Zoe con la mano cuando pasó junto a ella, lo cual le valió un desaprobador cabecea de la de la derecha.

         Zoe dijo “hoolaaa…” bajito, porque lo educado es saludar cuando llegas, y despedirte cuando te vas. Las dos armaduras saludaron a la vez inclinando la cabeza, y pareció que la de la izquierda se reía un poco.

         Detrás de la puerta había una habitación grande, circular, con ventanas altísimas y arriba un techo de cristal de colores. En el centro de la habitación un trono de piedra blanca, y en el sentada una niña, quizá algo mayor que la propia Zoe.

         Era la reina de Aquí hasta Allí y de Todo lo de En medio. Pitusa Primera y Única. Era fácil saberlo, por la mirada, por la postura, pero sobre todo por la corona… una corona que parecía que le quedaba algo grande porque la llevaba ladeada sobre la ceja izquierda, como un gánster de las películas que le gustaban al abuelo, lo cual le daba un aire peligroso a la vez que raro.

         -Melón – dijo Pitusa, con voz severa aunque aflautada – Llegas tarde. Si me haces perder mi tiempo, me haces perder vida. Al final todo lo que tenemos es tiempo, segundos que se encadenan como diamantes uniendo la eternidad. Si me haces esperar me estas robando, pequeñajo: soy una Reina, y no me gusta que me roben …

         -Lo siento, su Guapismidad – dijo el dragón, con una sonrisilla nerviosa – he tenido contratiempos.

         -¿Y eso? – dijo Pitusa, levantando una ceja – ¿que puede detener a un Mensajero del Gremio de Exploradores Real?

         -Hemos tenido que pedirle permiso a mamá – dijo Zoe, que le daba penica el dragón, parecía que se iba a llevar una Bronca de las Buenas. ¡Y eso no!

         -Hmm – pensó Pitusa, mirando a Zoe como si la acabara de ver – Pedir permiso a mamá es correcto. Como Reina que soy, digo que me parece rebien.

         El dragón Melón suspiro visiblemente aliviado. La reina Pitusa bajo graciosamente del trono, arremangándose el vestido dejando ver unas alpargatas de conejitos que parecían…eh … cómodas.

         -¿Qué nombre es Pitusa? – preguntó Zoe – No he conocido ninguna Pitusa antes.

         La reina sonrió magnánima, desde la sabiduría inmensa que le daba el tener un año entero más que Zoe.

         -He tenido más nombres – dijo, con su voz aflautada – tantos como hojas en verano. Hija de la Luna, Emperatriz Infantil … Los nombres son importantes. A menudo los nombres te los dan los demás, pero no importan tanto como el nombre que te das a ti mismo. ¡Cuidado!

         Zoe miró alrededor, sobresaltada.

         -¿Con que? – preguntó, preparada a patear o correr o ambas cosas.

         -Con los nombres que te das a ti mismo. – sonrió Pitusa – Asegúrate de que son bonitos, porque te acompañarán mucho tiempo.

         -No entiendo nada de lo que dices – dijo Zoe, muy seria.

         -Me pasa a menudo – dijo Pitusa, muy seria también. Y luego hizo caras y las dos se rieron tontamente.

         -¡Seguidme! – dijo, regiamente, como no podía ser de otra manera, mientras avanzaba dando saltitos,  casi trotando.

         Llegaron a una habitación en la que se oía música, llena de instrumentos, algunos muy raros. A Zoe le pareció escuchar la voz de mamá haciendo “mmmmmmmm…” Había trompetas y guitarras, pianos y campanillas, panderetas y tambores llenando paredes y estanterías y mesas, como para que muchas orquestas tocaran a la vez.

         -Esta es la Habitación de Música. – dijo Pitusa, cantarina – Todas las notas llegan aquí. Y aquí las guardamos, cada una en su instrumento.

         -No siempre es buena cosa esa – dijo Melón, apesadumbrado –

         Pitusa le dio un descuidado capón a la que pasaba junto a ella.

         -¡Ejem! – dijo Pitusa – Cada nota que ha sonado desde el principio del tiempo tiene su sitio en una partitura mayor. Cuando puedas escucharla entera, entonces.

         -¿Entonces qué? – preguntó Zoe.

         -Entonces todo –respondió Pitusa, dando unos pasos de baile al ritmo de una música que solo ella parecía oír. Zoe se dio cuenta que si no prestaba atención, si simplemente dejaba vagar la mirada por la habitación mirando los instrumentos desplegados por mesas y paredes, podía oír, detrás del silencio, un ritmo lento, como la respiración de la montaña, como el pensamiento del mar, el peso del cielo al deslizarse sobre la hierba.

         – Mmmmmmmm … – canturreó Zoe, sin darse cuenta, mientras Pitusa bailoteaba hacia la puerta, y Melón las seguía frotándose la cabeza.

         Salieron a un pasillo de techo bajo, que daba vueltas y revueltas subiendo y bajando. Llegaron a una habitación llena de libros y cuentos.

         -Esta es – dijo Pitusa, solemne – la habitación de los libros.

         Mas que una habitación parecían muchos saloncitos conectados por puertas grandes y pequeñas, escaleras y pasadizos donde, en pulcras estanterías se amontonaban los libros y los cuentos.

         Zoe se paró cerca de una estantería, que le llamó la atención por algo. Había unos libros de un autor, Frank Spey, y junto a estos había cuentos de Rob Spey.

         “¿Quiénes serán estos” – se preguntó. Zoe se encogió de hombros y siguió caminado, mientras Pitusa recitaba un poema escrito en el techo:

         “Quien subiera tan alto / Como la luna / Para ver las estrellas / Una por una / y elegir entre todas / la más bonita / para alumbrar el cuarto / de la abuelita”.

Pitusa les llevó a través de más salones y pasillos hasta llegar a uno bien grande y alto, que estaba lleno de cuadros.

         -Contemplad – dijo Pitusa, con reverencia – mi Habitación de los Cuadros.

         -No se ha roto la cabeza para poner los nombres, no – murmuró Melón mientras Zoe reía por lo bajinis. Pitusa no se enteró, estaba paseando por la sala, mirando cuadros grandes y pequeños, en los que había de todo lo que puedas imaginar, desde payasos ninja a elefantes jugando al ajedrez, pasando por jinetes de ornitorrincos gigantes y tortugas-casa con palacios construidos sobre sus caparazones donde gente muy pequeña (o las tortugas eran muy grandes) saludaban desde las ventanas a las personas de las demás tortugas.

         Había una sección entera de cuadros que a Zoe le recordaron los cuadros que había en casa. Tenían una “m” pequeñita en una esquina, eran dibujos de ciervos y conejos, de niñas y niños. Con el ojo crítico con el que un artista evalúa la obra de otro, Zoe les dio su aprobación.

         -¡Mirad! – dijo Pitusa, de repente, señalando la pared más lejana. En el centro de la pared había un marco sin cuadro. En el marco había un letrero que ponía “Lo importante”. – Para completar mi Habitación de los Cuadros – dijo Pitusa – me falta un cuadro. Zoe, quiero que me hagas un dibujo. Quiero que dibujes Lo Importante.

         Zoe puso cara de no comprender nada.

         -Y cuando lo pintes lo pondremos aquí – dijo Pitusa, entendiendo que algo no se estaba entiendo. – Así, cuando olvides que es lo Importante, podrás venir aquí a verlo y recordaras. ¡Y eso es todo! Podéis iros.

         Pitusa les despidió con un gesto de la mano, y el dragón Melón empezó a dirigirse a la puerta, y Zoe no muy convencida le siguió, mientras Pitusa seguía mirando cuadros, diciendo cosas como “mira que mono” y “anda, que chulo”.

         -Pues vaya – dijo Zoe, mientras el dragón y ella se dirigían a la puerta.

         -Vaya, vaya – coincidió el dragón. En un rato llegaron a la puerta por la que habían entrado en palacio.

         -Puesssss – dijo Zoe – pues no sé por dónde empezar. ¿Qué es Lo Importante?

         -Verás – dijo el dragón, sonriendo confiado – ¡No tengo la menor idea!

Zoe se llevó las manos a la cabeza.

-¡Melón! – dijo Zoe – ¡No saber no es algo de lo que estar orgulloso!

-Ah, ¿no? – dijo el dragón, confuso – Soy un dragón del Gremio de Mensajeros, sé todo lo que tengo que saber sobre eso. Te diré Lo Importante: lo Importante es entregar los mensajes.

-Eso no me ayuda, amigo – dijo Zoe, entrecerrando los ojos como un pistolero.

-Pues vaya – dijo Melón, con una sonrisita nerviosa llena de diminutos dientecillos –

-¡Eso ya lo hemos dicho! – dijo Zoe, exasperada perdida, mientras el dragón salí revoloteando por la ventana diciendo adiós con la manita.

-¡Vendré a verte en unos días! – dijo el dragón – ¡suerte!

Zoe refunfuñó un rato, hasta que se dio cuenta de que refunfuñar no suele servir de mucho nunca. Así que se sentó a pensar: el tío Rober le había dicho una vez que entre mama, la tía y el sabían todo lo que había que saber en el mundo. Pero cada vez que le preguntaba algo a el, decía “eso lo sabe tu tía”, o “eso lo sabe tu madre”. Podría preguntarles qué era lo Importante. A ver, alguien tenía que saberlo, ¿no?

Pensó en empezar con mamá. Era la que estaba más cerca. Parecía que tenía un Plan. Mamá estaba leyendo y escribiendo, tenía un montón de libros abiertos alrededor y tomaba notas en un cuaderno grande con letra bonita.

-Mamá – dijo Zoe – ¿que es Lo Importante?

Mamá se subió las gafas desde la punta de la nariz y miró al techo mientras se daba golpecitos con el boli en la cabeza:

         -¿Lo Importante, mmmmm? – dijo mamá – ¿desde un punto de vista cósmico, planetario, sujeto quizá a un marco espaciotemporal variable?, ¿o desde el punto de vista de una niña pequeñaja y preguntona que se tenía que estar poniendo el pijama?

         – Ehhh – dijo Zoe – Ahora voy con eso. Lo Importante, para ti.

         ¡Oh! – dijo mamá, sonriendo entera, desde los pies a la cabeza – Esa es fácil: tu eres Lo Importante. Ahora ponte el pijama, muchacha. Aun tenemos que cenar y leer un cuento, no creas que me olvido, mmm?

         Zoe fue a ponerse el pijama, una habilidad que dominaba desde hace algún tiempo y pensó: mamá me va a querer Siempre. Eso es Lo Importante: lo pondré en el dibujo.

         Y con esto, después de cenar y leer un cuento se fue a dormir.

         Pero algo faltaba. Eso era Importante, pero no era todo. Tenía que preguntar y mirar y pensar más.

         El día siguiente, papá fue a buscarla al cole. Por la tarde, después de hacer los deberes pusieron música y bailaron mucho. Papá le estaba enseñando brikidance y cosas jipjoperas, que eran muy difíciles de hacer pero que molaban mucho. Luego vieron una peli de Superjirous, con el Espiderman ese que saltaba de edificios y lanzaba redes, y era muy fuerte, y papá le explicó que “un gran poder conlleva un gran responsabilidad”. Aunque no lo entendió del todo, lo de robar diamantes le seguía pareciendo mejor idea.

         En un momento, cuando estaban lavando los platos, Zoe le preguntó:

         -Papá, ¿Qué es Lo Importante?

         Papá miró para arriba, como siempre que pensaba en Cosas Importantes.

         -Pues … – dijo – piensa en Espiderman. Tiene mucho poder, y puede hacer muchas cosas. Podría robar bancos y ser rico, pero en vez de eso se mete en líos por ayudar a los que lo necesitan. Lo Importante es hacer lo correcto, aunque eso a veces nos pueda Meter en un lio, ¿no? Si no lo hacemos nosotros, ¿Quién lo hará? Hay que ayudar siempre que se pueda. Si no, eres lo peor, eres como un Super Villano. Y de esos hay muchos ya. Hay que intentar ser un Héroe.

         Zoe lo pensó un momento, y asintió para sí. Tenía sentido: los héroes son personas normales cuando se quitan el disfraz, pero no dejan de hacer cosas heroicas aunque no lo lleven. Ella sería una Heroína. Como la Mujer Maravilla. Pero con un uniforme más chulo.

         Zoe se fue a la cama pegada a la pared como Espiderman, tirando imaginarias redes de telaraña y pensó, mientras papá la arropaba: “papá es Valiente. Es como un SuperHeroe sin capa. Y me va a cuidar siempre, aunque se Meta en un Lio. Eso es importante. Lo pondré en el dibujo”.

         Esa noche soñó que papá y ella saltaban de edificio en edificio persiguiendo a unos mapaches voladores que habían robado unos diamantes. Iban montados en gallinas, lo cual es completamente absurdo, porque todo el mundo sabe que las gallinas no vuelan, ni aunque les pongas una capa roja.

         Pero los sueños son así.

         Días después, Zoe fue con mamá a casa de los abus. El abu la cogió en brazos y la levantó por los aires, riéndose de la cara que ponía ella. Cuando el abu se ríe parece como el sol brillante en la mitad del cielo, todo el mundo se ríe con el. Eso es Importante, pensó Zoe: lo pondré en el dibujo.

La abu en casa estaba, como siempre, ocupándose de todo, Pronto llegaron los tíos a comer, el tío Alvaro y la tía Marta, el tío Rober y la tía Yoli, y la abu seguía sacando cosas y preparando la comida, mientras hablaba con todos. “La abu – pensó Zoe – es un árbol, que nos sujeta a todos”. Eso también es Importante, lo pondré en el dibujo.

Sacó su cuaderno y empezó a dibujar las Cosas Importantes que había encontrado, y mientras lo hacía la tía Marta se acercó a ayudarla. El tío Roberto estaba Bailando Absurdamente con la tía Yoli, que si que bailaba Muy Rebien, mientras el tío Alvaro hablaba con mamá.

Zoe también les puso en el dibujo: ellos también eran Lo Importante.

Cuando lo hubo terminado, mamá se acercó a verlo.

-¡Ooooohhhh! – dijo mamá, admirando su Más Reciente Obra Maestra – Está muy bien, Zoe – dijo mamá, con su buen gusto habitual – Además, nos has dibujado a todos, ¿no? ¿Lo ponemos en la nevera?

-¡No! – dijo Zoe – Este es un encargo de la Reina Pitusa –

– … Vaaaaaale – dijo mamá, levantando las cejas con cara de No Comprender Nada, mientras Zoe guardaba su dibujo, que había quedado rebien.

Esa tarde, ya en casa, el Dragón Melón apareció revoloteando por la ventana.

-¡Hola, Zoe! – dijo Melón, sonriendo con sus diminutos y brillantes dientecillos –

-Hola, Melón – contestó ella – ya tengo el dibujo para la Reina Pitusa.

-¡Que bien!- dijo Melón – Pues vamos a llevárselo.

Una vez con Pitusa en la Habitación de los Cuadros, la Reina examinó el dibujo con ojo experto.

-Hmmm – dijo, entrecerrando un ojo.

En el dibujo salían mamá y papá, y el abu y la abu. Y el tío Alvaro, y la tía Marta, y el tío Rober, y la tía Yoli.

-Falta algo… -dijo Pitusa – mira. Aquí en medio – dijo Pitusa, señalando un espacio en blanco en el centro del dibujo.

Zoe miró. Puesssss… si. Parecía que podía faltar algo. Pero no se le ocurría que podría ser. Así que preguntó.

-¿Y que puede ser? – dijo Zoe.

-Hmmm… – dijo Pitusa, pensando – Es un hueco en el centro. Algo que todos tengan en común. Algo que los conecte a todos, ¿sí? ¿Se te ocurre que puede ser?

Zoe pensó un momento.

Y pensó otro momento más.

Y de repente se le ocurrió, y sacó sus cosas de dibujar de la cartera, dibujando una Zoe en el centro del dibujo.

-¡Ahora sí! – exclamó Pitusa, con una sonrisa radiante. – Este si es el dibujo de lo Importante.

Con cuidado, Pitusa puso el dibujo en el marco en la pared, y retrocedió unos pasos para mirarlo bien: Zoe estaba en el medio, con mamá y papá y los abus y los tíos alrededor.

         -Te dije que dibujaras lo Importante – dijo Pitusa – y tú has dibujado personas. Cuando se te olvide que es lo Importante, vuelve a esta habitación y mira este dibujo que hiciste cuando podías dibujarlo todo. Así recordarás.

         Zoe miró el dibujo como si no lo hubiera hecho ella, y le pareció que las personas en él enseñan cosas, como a querer no importa qué y a ser valiente siempre, a reír, a cuidar y a bailar, y todas estas cosas eran partes de una única Cosa, que era Lo Importante, una Cosa que estaba en todos ellos.

         La Reina Pitusa le dio las gracias regiamente y Zoe volvió a su habitación. Mamá estaba canturreando mientras preparaba la cena, y Zoe se puso a canturrear también mientras sacaba su cuaderno para hacer su siguiente Obra Maestra para ponerla en la nevera.

         Dibujaría a Pitusa – decidió – Reina de Aquí hasta Allí y de Todo lo de en Medio , y a Melón, un dragón que no era mucho más grande que una zapatilla pequeña.

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