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Conversaciones con Daran Edermath en Phandalin.

AREN 1.

Nací en una granja en la Costa de la Espada cerca de un pueblo junto a la frontera con Ann, no muy diferente de este, sin duda con los mismos problemas y rencillas. Mi vida, entonces, estaba dirigida a ser granjero como mis padres, a buscar una bonita esposa a la que hacerle un montón de hijos y pasar la vida preocupándome del tiempo, de los impuestos del Barón, de las plagas y las enfermedades del ganado y, ocasionalmente, de mi mujer y de mis hijos.

Pero una noche, una noche cualquiera del principio del verano llegaron los goblins, y amparados en al oscuridad hicieron añicos ese futuro.

Mi madre me escondió, con los primeros gritos, pero no pudo hacer lo mismo con mi hermana mayor, que estaba fuera. Me escondí sin atreverme a salir y, cuando cesaron los gritos y las risas cuando el fuego empezaba a acercarse a mi escondite logré encontrar la fuerza para abandonarlo y salir para ver, a lo lejos, la aldea en llamas.

Más tarde encontré el cadáver de mi padre, en los campos, con varias flechas en la espalda. De mi madre y de mi hermana no volví a saber nada, pero las tengo presentes cada vez que un goblins me suplica por su vida, como las oí hacer a ellas. Y escucho, de nuevo, las risas de las alimañas. No hice juramentos entonces, no prometí venganza. No voy a empeñar la vida en una búsqueda infinita de esas bestias.

Pero, mientras pueda, no dejaré que ninguno que se me cruce viva.

No en mi guardia.

Los soldados me encontraron, y el viejo sargento me acogió como mascota del pelotón. El Sexto de Escaramuzadores, “Deprisa y Duro”. Entrar rápido y aguantar hasta que los magos o los arqueros del regimiento hicieran lo suyo. La jodida infantería, primeros en entrar, últimos en salir.
Entre todos me enseñaron el oficio, fui el recluta más joven del Sexto. Realmente no se la edad que tenía, a mis padres no les importaba mucho eso. Es curioso, apenas les recuerdo. Son solo … sensaciones, creo.

Pasó el tiempo, crecí, aprendí, me dieron un escudo, una espada, una lanza y, con el tiempo, un rango: cuando Sarge se retiró me dio su insignia, que aún conservo. Los demás del Sexto y el Capitán entendieron que estaba preparado, y que era la mejor opción. Lo hice lo mejor que pude, hasta un día en que no.

El Sexto estaba fortificado junto con el resto del regimiento en una aldea, en medio de las guerras de frontera. Nos ordenaron retirarnos, el enemigo avanzaba, tácticamente era la decisión correcta, supongo. En este caso, el enemigo era una horda masiva de goblins mercenarios, si nos retirábamos de la aldea no quedaría nada, si es que eran capaces de escapar. Yo no podía irme, esa gente eran como había sido mi familia, y presenté en ese momento mi renuncia.
El Capitán conocía mi historia, y lo entendió, aunque la idea de hacerme un consejo de guerra seguro que cruzó por su mente. Licenciado sin más del servicio me quede en la aldea entonces, despidiéndome de mis hermanos del Sexto, que era lo más cercano a una familia que tenía, y ayudé a los aldeanos a organizar la evacuación. Quizá ayudé a salvar alguna vida. Y en el proceso, acabé con un buen puñado de goblins. Lo último que hice, cuando ya se oían los aullidos cercanos de los lobos fue pegarle fuego a todo. Cuando la horda llegó se encontró una aldea vacía y los campos en llamas.

Sin saber muy bien que hacer fui a ver a Sarge. Ha montado una posada en Newervinter, y le va sorprendentemente bien. Fui a devolverle su insignia, pero no quiso hablar del asunto. El me dijo entonces: “los dioses te han dado un don, hijo, aprovéchalo. Hazte aventurero. Gana fama, y fortuna. Trae justicia a los humildes y venganza donde la justicia ya nos sea posible Y mata cuantas alimañas puedas en el camino. Ese es el deber de un soldado.

Y eso hago, hasta hoy.

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