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El último sobre la tierra toda.

Le habían cercado, y era el último.

Nadie más quedaba de sus hermanos y hermanas. Habían sido cazados, uno a uno, hasta que sólo quedo el, esperando el inevitable destino que, en su obligada soledad, tampoco le era especialmente ingrato. Al final le soltaron, y le dieron la ventaja justa para que pudiera saborear una libertad, una escapatoria, que sabía que no habría de llegarle. Y que más daba ya. Hizo cuanto pudo, jugando a correr y esconderse e incluso durante un instante se permitió pensar que, contra todo pronóstico, había vencido. Pero no era así. Cansado, y casi al límite de sus fuerzas, escuchó los ladridos y aullidos, acercándose, y los cascos de los caballos. Al final, cuando no quedó otra salida, acorralado al fin, se dio la vuelta y lucho, enfrentando una muerte segura, una pelea de imposible victoria.

Cayó, en soledad, como todos los suyos antes, rodeado de perros nacidos y entrenados para buscar a su especie, perseguirles, acosarles y, al final, darles muerte.

El despojo de su cuerpo roto quedó, sangrante, sobre la hierba.

La jauría se reunió junto al maltratado cadáver, en un silencio incómodo.

Habían sabido que este era el último zorro. Habían escuchado a los amos. No había más. No habría mas.

-¿Y que será de nosotros ahora? – preguntó Uno que Busca a su padre, el mas anciano, el líder de la jauría.

– Ya no podremos medirnos con el Zorro. – dijo Uno que es Líder – Ya no podremos enfrentar su inteligencia y su astucia, ya no podremos afilar con el nuestra destreza, ni hermanar nuestras individualidades en la manada. Desapareceremos, como el  – La mirada de Uno que es Líder era clara y triste.

– Y, ¿no podemos cazar otra cosa? – preguntó Uno que Persigue, aburrido, dando con las zarpas en el despojo del cadáver del zorro. Ni siquiera vio el golpe con el que Uno que es Líder le lanzó colina abajo.

Los cazadores llegaron en sus caballos, con sus chaquetas rojas y sus sombreros negros, y festejaron la deportiva hazana. Se reunieron junto a los perros, junto a los restos del ultimo zorro en la tierra toda.

Tras un momento de silencio, uno de ellos preguntó al Conde, en cuyas tierras estaban.

– Y… ¿Qué cazaremos ahora, señor Conde?

El Conde sonrió, mientras pasaba un brazo afectuosamente por los hombros de su interlocutor.

– Verá, Perezagua, me parece extrañamente oportuno que haga, precisamente usted, esa oportuna, ¡vive el cielo!, más que oportuna pregunta …

Días, después, el llamado Perezagua, desnudo, lleno de arañazos, corría por su vida mientras la jauría le perseguía, los cazadores, a caballo, andaban cerca, festejando la novedad del deporte, entre risas y jolgorio, haciendo caso omiso a las súplicas, gritos y llantos del que había sido, hasta hace poco, compañero de su sangrienta manada.

– No es lo mismo – se quejaba Uno que es Líder.

– Hay que aceptar las cosas como vienen – aseveró Uno que Persigue, mientras mordía con alegría los tendones de su presa.

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